Estuvimos viendo la historia de Lot, de cómo la decisión de vida que tomo al separarse de Abraham, prefiriendo el estilo de vida mundano de las ciudades a la pasividad de los campos a que estaba acostumbrado. Mierras que Abraham continua “viviendo en el mundo, pero sin ser del mundo”, Lot opta vivir en el mundo y de a poco involucrarse en su vorágine.
Al ver el desarrollo de la historia de Lot y ver como de ser un hombre rico y próspero, respetado y rodeado de los suyos, llego a estar solo con sus hijas, lleno de temor viviendo en una cueva de la montaña, nos debemos preguntar: ¿es posible transpolar esta historia al plano espiritual, donde un creyente que vive en la comunión del Señor, disfrutando de los momentos de comunión con Dios en la oración, la meditación de la Palabra y de la revelación de Dios, puede llegar a estar lejos de Dios corrompido y sin la comunión de los hermanos?-
Efectivamente lo que le ocurrió a Lot, puede ocurrirnos a nosotros también, si tal como él lo hizo, “habitamos en las ciudades dela llanura y ponemos nuestras tiendas hasta Sodoma”, es decir, si sufrimos un proceso de degradación espiritual que vaya carcomiendo hasta destruir nuestra vida espiritual.
En el capítulo 5 de la primera carta a los corintios hay un caso delicado de inmoralidad sexual que aborda el apóstol Pablo, con una severidad muy grande, amonestando además a los hermanos por la actitud pasiva y complaciente que han tomado al respecto. Si revisamos cuidadosamente el relato podemos ver que en la Iglesia de Corintios se está produciendo una especie de corrupción de los principios morales, que el evangelio nos entrega y nos impone a los creyentes.
En la cúspide de este sistema corrompido hay un “hermano” que la versión Reina Valera llama perverso y la versión NVI malvado, un hombre que se ha corrompido al extremo de tener como mujer a la mujer de su padre, como dice el apóstol Pablo caso que ni siquiera los paganos toleran. Este individuo es un miembro de la Iglesia, pues el apóstol lo define como “uno de ustedes”. pero que debe ser entregado a satanás, o sea, ser expulsado de la congregación más claramente excomulgado de la misma.
Hay un segundo grupo de hombres en esa congregación, también llamados “hermanos” pero que practican algunas antiguas costumbres de la vida anterior a conocer a Jesucristo, lo que el apóstol, denomina “vieja levadura”, el listado de estas levaduras lo entrega el apóstol mismo: fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho, ladrón, hombres con los cuales el apóstol llama a no tener confraternidad ni camaradería, pues están practicando cosas que corrompen y contaminan al hombre, para estos el apóstol no pide la excomunión, sino que no tengamos confraternidad con ellos.
Finalmente están los hermanos que, aunque no están contaminados con la vieja levadura, es decir, no practican el pecado, si lo toleran en sus hermanos, hacen vista gorda de las acciones reñidas con los principios y valores cristianos. Tal vez aducen que cada uno debe rendir cuenta de sus actos, tal vez estas acciones son tan comunes entre los gentiles que se tienden a tolerar entre los creyentes, o tal vez creen que su nivel de santidad es tal que no deben preocuparse de esas cosas. Pero este grupo de hermanos es duramente fustigado por el apóstol, por su pasividad y condescendencia con los que viven desordenadamente y sin temor de Dios.
Si Dios nos llama a santidad no es solo para exigir apartarnos del pecado, el llamado a la santidad no debe ser excusa para guardar silencio ante hermanos que se están corrompiendo y corrompiendo a otros con sus costumbres mundanas. Sin lugar a dudas de ser un hermano complaciente e incapaz de denunciar el pecado, podemos pasar a ser uno de la lista de fornicarios, o avaros, o maldicientes, o borrachos. Estando ya fermentados por la vieja levadura, será muy fácil que lleguemos a un estado tal que merezcamos el título de perverso o malvado y seamos dignos de perder la comunión con el Señor y los verdaderos hermanos.
Como podemos ver, este proceso de perdida de los valores y principios cristianos es gradual y sutil, algo así como ir poniendo de a poco las tiendas de nuestra vida cada vez más cerca de Sodoma, hasta llegar a ser parte de ella.
Guarde el Señor nuestros corazones junto al altar en el encinar, lejos de Sodoma.

Un abrazo y bendiciones

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